El Lundu y el Tondero
Lambayeque fue uno de los departamentos más poblados de esclavos negros traídos especialmente para dedicarse a las faenas agrícolas (sembríos de caña de azúcar, algodón, vid, olivo, tabaco, etc.) y la zona de Saña fue una de las de mayor densidad a este respecto.
Los esclavos negros trajeron no solamente su lengua, sino además numerosos cantos y danzas, que interpretaban en las famosas fiestas nocturnas de Saña.
Según investigaciones y ensayos de Nicomedes Santa Cruz, una de estas danzas fue el llamado «lundu» por la región del África de donde provenía, es decir, Luanda (capital de Angola). Y, de modo similar a como al bailarín de cumbia o guaracha se le llama «cumbíambero» o «guarachero» respectivamente, es probable que al bailarín de «lundu» se le haya llamado «lundero», como en los estribillos de la canción «Saña»:
Al lundero le da
al lundero le da
al lundero le da,
¡saña!
Al lundero le da…
Por las descripciones de este baile que se han conservado, se sabe que era una cruda representación del acto sexual que escandalizó al clero, motivando los constantes anuncios de la llegada de castigos divinos por esta «danza maldita».
Tras el abandono de la ciudad, desapareció la «saña» y en su lugar apareció el «tondero», probable corrupción del término «lundero». El tondero conserva la estructura de tres secciones de la saña: glosa, canto (antes conocida como «dulce») y fuga, estando las secciones primera y última en el melancólico modo menor (a diferencia de la «saña», que era íntegramente ejecutada en el alegre modo mayor).
La coreografía conserva, si bien muy solapadamente, la intención de acercamiento erótico del primitivo «lundu», y las letras se han convertido en pícaras alusiones sobre temas y situaciones amorosos. En la actualidad, diversas ciudades norteñas (Trujillo, Chiclayo, Lambayeque y Piura) se disputan el ser la cuna del tondero.
El caballo de paso Peruano
Típica estampa de los campos norteños la constituye el chalán montado en su caballo de paso, cuya fama ha traspasado las fronteras peruanas y se ha extendido al mundo.
En efecto, expertos en diversas razas equinas, provenientes de Centroamérica, Bolivia, Colombia, Ecuador, Argentina y Estados Unidos, aprecian mucho el gracioso andar de estos animales que, así transiten por el peor de los terrenos, no sacuden ni estremecen al jinete, que viaja cómoda y suavemente.
El andar del caballo de paso peruano se originó por la necesidad de efectuar largas marchas por los arenales norteños transportando jinetes y pesadas cargas. Normalmente los caballos caminan adelantando una pata delantera y la pata trasera opuesta; en cambio, el caballo de paso peruano levanta las dos patas de un mismo lado, en un paso menudo que recuerda el «gateo» de un niño pequeño. Es este «gateo» lo que le permite ahorrar fuerzas, desplazándose cómoda y velozmente por el desierto.
La Asociación de Criadores y Propietarios de Caballos de Paso Peruano ha obtenido un tipo seleccionado «standard» para preservar las principales características de este noble caballo, no sujeto ya al imperativo de viajar por el desierto.
El Curanderismo
Lambayeque ha sido el centro principal del curanderismo y la magia en el antiguo Perú. Las evidencias más antiguas de este hecho se encuentran en los restos de cerámica. Existen ceramios Moche describiendo escenas de curaciones mágicas e incluso representaciones del cacto conocido como «San Pedro» (Tríchocereus pachanoí), con el que se prepara una bebida alucinógena de gran importancia ritual.
El curanderismo aún se mantiene muy vigente, entre otras razones por las generalmente malas condiciones higiénicas (que propician la aparición de enfermedades) y la escasez de asistencia médica apropiada (que genera la necesidad de que alguien se ocupe de curar).
El curandero tiene una relación directa con la comunidad, participando en muchas de las actividades centrales de ésta, en las que se distingue por la riqueza que el adecuado manejo de sus conocimientos le ha permitido lograr.
Pero, además, los curanderos tienen gran acogida y éxito entre la población, pues atienden en su mayor parte cuadros de naturaleza psicosomática (a los que atribuyen un origen mágico) que los médicos occidentales no suelen atender debido a su formación puramente organicista, como el «mal de ojo», el «cuaque», el «daño» (causado por un brujo «malero»), la «muchaca» (causada por el contacto accidental con los restos de una «limpía»), etc.
Los miedos del paciente son aliviados por medio de sesiones rituales de curación, en el transcurso de las cuales curandero y paciente beben una preparación hecha del mencionado cacto mescalínico «San Pedro», que contiene 1,2 gramos de mescalína por kilo (del cacto crudo). La planta se corta en pedacitos y se hace hervir varias horas, reduciéndose la cantidad de liquido por evaporación hasta que quede sólo la esencia.
El brebaje produce náuseas y eventualmente vómitos, que se consideran purgativos y benéficos (para «purgar» al enfermo de impurezas). Pero principalmente tiene efectos psicoactivos; bajo la acción de la droga, el curandero «ve» o «adivina» la causa de la enfermedad, así como las hierbas y sustancias que deben usarse para la curación.
Todo el ritual se concentra alrededor de la «mesa», al caer la noche. Los presentes (por lo general no más de 15 a 20 personas) se reúnen para beber el San Pedro y esperar los efectos alucinógenos del mismo. La bebida produce visiones, muchas veces sorprendentemente relacionadas con los temores del paciente, que dan la clave al curandero para el diagnóstico y curación.
Entre los numerosos objetos que los curanderos disponen en las «mesas» encontramos: varas prehispánicas de madera, espadas (para luchar contra el mal), imágenes de santos (para dar fuerza al oficiante), materiales arqueológicos (aseguran la comunicación con los antepasados), piedras (cada una con poderes diversos), frutos (para «cargarlos» de energía y repartirlos entre los asistentes), imanes (para combatir la envidia), así como perfumes, plantas y granos diversos, semillas, etc.
Todos los curanderos emplean «San Pedro», pero existen otras técnicas diferentes. La «pasada de cuy» (o «caypa»), una de las más conocidas, consiste en frotar un cuy por el cuerpo del paciente, teniendo cuidado de que las características del animal (sexo, tipo de pelo, talla proporcional, edad, contextura) sean similares a las del enfermo.
El curandero hará coincidir las partes del cuerpo del cuy con las correspondientes del paciente, empezando por la cabeza y terminando por los pies. Luego se ofrecen al cuy diversas hierbas, administrándose como remedio al enfermo las variedades que el cuy elija para comer. Finalmente se sacrifica al animal y se examinan sus entrañas, que mostrarán el lugar donde se localiza la enfermedad que aqueja al consultante.
Muchos de los ritos de curación y oraciones del curandero han sido tomados de la liturgia católica; también se escuchan rezos a Dios, a la Virgen María, a San Martín de Porras y a otros santos, suplicándoles que sanen al paciente. Hay curanderos que se consideran profundamente religiosos y mantienen capillas en su propiedad.
Es posible que haya habido contacto entre las antiguas culturas costeñas y las selváticas, dado que las cumbres más bajas de los Andes se encuentran en esta región del norte, facilitando la penetración hacía la amazonia como corroborando estas suposiciones, se han encontrado ceramios datados del Horizonte Temprano que muestran motivos de animales de la selva, como loros, monos y aves tropicales.
Las Chicherías
La chichería, norteña combinación de club social de barrio, encomendería y fonda, se anuncia luciendo su típico «estandarte»: una servilleta blanca amarrada a la punta de una caña, en uno de cuyos extremos se mecen una hoja de lechuga y un ají amarillo.
La chichería es una institución que aún subsiste, sí bien lánguidamente, en los barrios aledaños de las ciudades y en los pequeños pueblos vecinos. Desprovista de lujos, por lo general su mobiliario consta de unas toscas bancas y mesas de madera y varios «mulos» de chicha de diversa calidad, y está animada por su dueña, experta preparadora de «píqueos».
El mediodía y las seis de la tarde son las horas de mayor reunión y algarabía, con gente de paso que llega a comer y refrescarse con chicha, comensales atraídos por la buena sazón de la casa y jaranistas que siempre encuentran un buen pretexto para acudir al lugar.
A pesar de su modesta apariencia, muchas chicherías se han hecho famosas, e incluso sus nombres aparecen en letras de canciones. Las más reputadas se ubican en los poblados de Ferreñafe, Reque, Monsefú y Santa Rosa, que ofrecen una verdadera gama de chichas (hasta 40 sabores distintos).
Artesanía
Monsefú y Eten son pueblos cuya artesanía de tejidos de paja e hilo ha alcanzado gran fama en el país y en el extranjero; tal es su calidad y demanda que puede consíderarse una de las principales industrias del departamento.
Son famosos los sombreros de paja «macora» y de «junco», así como sus notables tejidos de hilo con que confeccionan los buscados «pisitos» e «individuales» de armoniosos y brillantes colores. También tienen gran demanda los ponchos y alforjas, con dibujos de gran colorido.